Cruce del Estrecho por Laura López Bonilla

El pasado 29 de octubre, Laura completó la travesía de El Estrecho de Gibraltar, recorriendo una distancia de 16 kilómetros entre Tarifa y Punta Almansa en 6 horas y 17 minutos. 

Laura llevaba un año esperando para poder completar El Estrecho y ya se habían pasado tres años desde que hizo la reserva para el cruce en el 2016. En el 2018, no había tenido suerte con el tiempo durante los días en los que tenía su reserva. Tampoco parecía que iba a hacer buen tiempo este año. El otoño llegó de repente a  a toda la Península durante esa semana y los vientos de Levante no hicieron posible la salida durante los primeros días de la reserva. Laura ya se había resignado a que tampoco iba a nadar esta temporada y cuando ya estaba pensando en posibles fechas para el 2020, llegó la llamada de la Asociación para el cruce a nado del Estrecho de Gibraltar (ACNEG).

A continuación nos cuenta como lo ha vivido en esta apasionante crónica:

La semana reservada para el cruce

«La semana de la reserva para el cruce la pasé en Madrid visitando a mi familia. También aproveché para ir a un par de sesiones en el club y a la cena de inauguración de la temporada. Esperaba que me llamaran esa semana, pero sabía que iba a hacer mal tiempo y el viento de Levante soplaba fuerte. Ya me había resignado a no nadar. El billete de regreso lo tenía para el sábado 26 y justo cuando ya había embarcado para el vuelo de regreso, me llamaron para decirme que el martes siguiente, el 29, se presentada con buen tiempo y sería posible intentar el cruce.

Me tocó volver a Inglaterra y reservar un vuelo de última hora desde Londres a Gibraltar. Volé el lunes, nadé el martes y volví a Inglaterra el miércoles. Vuelta al trabajo el jueves. Todo súper deprisa para para que no me diera tiempo a pensar más que en nadar. Cuando una travesía depende del tiempo, las llamadas de última hora están a la orden del día y lo de estar preparado y no saber cuándo y si vas a salir es parte de este deporte. No es la primera vez que me pasa, pero no por eso la incertidumbre se hace más fácil.»

¡Llegó el día!

«El martes 29 amaneció un día precioso, soleado con vientos suaves de poniente y con una temperatura ambiente de 25 grados. Como un día caluroso de verano en Inglaterra. En el puerto me recibió Laura Gutiérrez Díaz, la presidente de ACNEG, quien me presentó a los pilotos de la embarcación principal, Antonio y su hija Cristina, y a los pilotos de la zodiac Diego y Paco. Estos últimos serían quienes se encargarían de darme los avituallamientos y la embarcación que tendría más cerca durante el cruce. Haciendo medio caso omiso del refrán: ‘En martes, ni te cases, ni te embarques’, me subí al Columba para ir al punto de inicio de la travesía, la Isla Las Palomas al sur de Tarifa.

La distancia más corta en el Estrecho es de entre 14 y 16 kilómetros en línea diagonal desde la costa de la isla hasta Punta Cires nadando en línea diagonal de derecha a izquierda hacia la costa marroquí. Para un nadador experimentado en aguas abiertas, la distancia no es larga, pero las corrientes del Atlántico son bastante fuertes y el reto principal de la travesía es conseguir mantener una velocidad mínima de 3 km por hora de forma constante para poder alcanzar la costa marroquí antes del cambio de marea a las 6 horas. La intensidad física y mental es tan fuerte como las corrientes a las que se enfrenta el nadador.»

¡Empieza el cruce!

«Salté de la embarcación y me acerqué nadando a la isla para tocarla y marcar el comienzo de la travesía. Sentí inmediatamente el empuje de la corriente al acercarme. Para mí, que nado en Inglaterra en invierno y en verano sin neopreno, la temperatura del agua estaba perfecta a 20 grados. La embarcación guía que debía seguir estaba a 20 metros con la Zodiac a unos 2 ó 3 metros bien a mi derecha o a mi izquierda.

Me pasé la primera hora del cruce calmando nervios e intentando cruzar la fuerte corriente del Atlántico. Vi pasar algunos ferries y bastantes barcos mercantes, también se acercaron a saludarme algunas medusillas que se entretuvieron en picarme. Ni cetáceos, ni delfines. Una lástima. La primera hora de nado de una travesía se pasa muy despacio y muy deprisa a la vez. Parece como si el tiempo se detuviera y acelerara al mismo tiempo. Te pasas la hora entreteniéndote en calmar nervios e intentando no pensar en lo todo el camino que te queda por nadar o cuánta distancia has recorrido. Paco y Diego me ofrecieron unas palabras de ánimo mientras tomaba el primer avituallamiento y me hicieron unas fotos fantásticas.

Tras el primer avituallamiento comenzó realmente la batalla. ¡Era una travesía muy dura! Y estaba casi segura de que no iba nadando a esos mágicos 3 km por hora. Llevaba puesto mi reloj Garmin que vibra cada 500 metros, con lo cual podía saber más o menos la distancia que había recorrido. De repente, me vino una ola de desánimo y el espíritu se me fue al fondo del mar. Además, me empezó a doler la cabeza y empecé a sentirme un poco mal.

A pesar de toda mi experiencia como nadadora de aguas abiertas, la cabeza y el espíritu empezaron a darme vueltas en un torbellino de desesperación. Una vez que esos pensamientos negativos empiezan a adueñarse de ti, tienes que hacer un gran esfuerzo para recobrar el control y centrarte. De repente me vino todo el estrés de la espera, de reorganizar el viaje, de estar al final de una larga temporada de entrenos con una lesión crónica en el hombro, el cansancio arrastrado de la vuelta a Manhattan en agosto…las fuertes corrientes, las malditas medusas con las que no dejaba de rozarme. Durante esa segunda hora, no pude pensar en nada más que en excusas para salirme del agua y abandonar el cruce. No hacía más que levantar la mirada para mirar al Columba veinte metros más adelante, deseando con todas mis fuerzas poder subirme lo antes posible para estar sequita y segura. Por mucho que me guste la natación a veces me canso de estar siempre en remojo.»

Contando brazadas…Uno, dos, tres, respira a la derecha, cuatro, cinco, seis…

«Por supuesto que tampoco quería rendirme y me di cuenta de que lo que verdad me estaba dando pánico era el miedo a fracasar, a no ser lo suficientemente buena, ni rápida y a no poder terminar el cruce. Entonces, decidí el interruptor negativo y cambiar el chip. Las ganas de tener éxito eran más fuertes que el miedo a fracasar. Para poder centrarme empecé a contar brazadas y me pasé las dos horas siguientes contando sin parar, aunque perdiendo la cuenta constantemente, pero eso no importaba. No tengo ni idea de cuantas veces conté hasta cien para volver a empezar otra vez. Uno, dos, tres, respira a la derecha, cuatro, cinco, seis, respira hacia la zodiac, siete, sigue al Columba y vuelta a empezar. Cuanto más contaba más conseguía meter un buen ritmo de nado y sacar los miedos al agua. En el siguiente avituallamiento me dijeron que ya llevaba más de medio camino recorrido y que en el Columba ya ondeaba la bandera marroquí. ¡Nada de rendirse!

La hora siguiente se presentó bastante interesante. El viento había empezado a soplar con fuerza 3 y había marejada. La mar era ´nadable´, pero el oleaje provocado por el viento dificultaba la respiración y el seguimiento de la embarcación guía. El sol brillaba sobre el mar y los reflejos me impedían seguir bien la embarcación, sin embargo, ahora ya se podía vislumbrar con claridad la costa africana. Sabía que tenía que seguir dándole fuerte para luchar contra las corrientes e intentar meter algo más de velocidad. Este fue también un momento mágico. En uno de los avituallamientos me vi en medio de los dos continentes y me dije que uno no tiene la oportunidad de unir a nado dos continentes brazada a brazada todos los días.

El hombro empezó a darme un poquito la lata y empecé a nadar un poquito más despacio para evitar que me doliera más. Cuando llegó el siguiente avituallamiento Diego y Paco me dijeron que sólo me quedaban cuatro kilómetros. Nada, no me quedaba nada, a seguir nadando. ‘Ánimo, Laura’, me dijeron. También quedaba mucho por recorrer. Ya iba fatigada y con el hombro dolorido. Sabía que, si no iba más deprisa, me iba a cambiar la corriente y me iba a desplazar al este de Punta Cires. Igual ni podía terminar. Me entró la angustia de nuevo. Si cambiaba la corriente y no podía acabar, ya no podría alcanzar la costa porque se habría hecho de noche y las fuertes corrientes me hubieran enviado de vacaciones a Italia.»

Queda un kilómetro

«Pero ya quedaba poco y, aunque con algo de incertidumbre, sabía que podía conseguirlo.

La gendarmería marroquí se acercó a comprobar mi pasaporte que estaba en el Columba para asegurarse de que era un nado supervisado por la Asociación. Entonces oí al piloto de la embarcación, Antonio, gritar que la corriente iba a cambiar y que nadara con todas mis fuerzas. Vi como se me escapaba Punta Cires y sabía que tendría un recorrido algo más largo. ‘Te queda un kilómetro’, me dijo Diego desde la zodiac. Nadé con todas mis fuerzas. El agua empezó a volverse más clara, más transparente y podía ver el fondo con claridad. Este es siempre un momento emocionante cuando haces una larga travesía. Durante horas y horas no has visto más que el oscuro fondo azul, pero cuando empiezas a ver que el fondo se hace cada vez menos profundo y empiezas a ver la arena o el fondo rocoso sabes que vas a terminar.

Las rodillas tocaron las piedras de la bahía de Punta Almansa, un kilómetro al este de Punta Cires. Entonces oí el silbato de la zodiac que indicaba que había completado la travesía. Acababa de cruzar el Estrecho de Gibraltar con valor, fuerza y espíritu en 6 horas, 17 minutos y 04 segundos».

¡Una gran hazaña de la que nos sentimos todos muy orgullosos!
ENHORABUENA Laura!! Eres toda una campeona!🏆