Crónica de una hazaña

Nuestra querida compañera Laura López Bonilla ha realizado la hazaña de atravesar el Canal que une la ciudad de Los Angeles, USA, a una isla llamada Santa Catalina; unas 20 milllas, en un tiempo de 14 horas y 31 minutos, bajo unas fuertes aguas revueltas con apenas sol. ¡ENHORABUENA Laura! De parte de todo el Club que sólo nos queda admirar tu gran esfuerzo y tenacidad.

Canal de Santa Catalina
• Ubicación: canal de aguas profundas entre la isla de Santa Catalina y San Pedro en la costa de Los Ángeles en California, Estados Unidos.
• Curso: un curso de agua potencialmente duro con corrientes de marea y vida marina, incluyendo delfines, tiburones, ballenas y medusas.
• Distancia: 20 millas.
• Fecha: Solo y Relevos generalmente intentándolo desde junio a octubre aunque se han hecho intentos durante todo el año.
• Descripción: los nadadores son escoltados por pilotos experimentados y kayakistas o surferos de paddle.
• Información adicional: canal de aguas profundas con zonas de agua fría. Se cruzó por primera vez en 1927.

Crónica de una hazaña

El pasado jueves 23 de agosto completé la travesía entre la Isla de Santa Catalina y la costa de California, cerca de Los Ángeles, llegando a la playa de Terranea en Palos Verdes. Este canal se conoce también como el Canal de Catalina o el Canal de San Pedro y es una de las travesías de más prestigio en el mundo de la natación de aguas abiertas. En Estados Unidos se considera esta travesía como el equivalente al Canal de la Mancha, si bien las corrientes suelen ser algo más favorables en el Canal de Catalina. La distancia son 35 kilómetros o 20 millas y la temperatura suele oscilar entre 19 y 20 ºC en agosto. A diferencia del Canal de la Mancha el frío no suele ser un problema. El reto me lo planteé en el 2010 después de haber intentado y no haber podido completar mi tercera travesía en el Canal de la Mancha por problemas de salud que entonces desconocía y que aún no me habían diagnosticado. Necesitaba un cambio de aguas y expandir mis horizontes, en lugar de centrarme siempre en el Canal de la Mancha. Hice una reserva para el verano del 2011, pero tuve que posponer la prueba debido a una lesión en el hombro de la que me tuvieron que operar a finales de octubre de 2011. Además, en agosto de 2011 me diagnosticaron un problema de tiroides, hipotiroidismo, que entre otros desajustes causa fatiga, anemia y problemas para metabolizar el glucógeno y las grasas en energía. Algo problemático a la hora de plantearse hacer maratones de natación, pero no insuperable.

Después de la operación del hombro estuve casi seis meses sin nadar por lo que el reto se planteaba aún más duro. Empecé a nadar de nuevo casi a finales de mayo y aún con algo de movilidad restringida en la rotación del hombro. Se me planteaban muchas dudas con respecto a mi condición física y al entrenamiento. Tampoco sabía mucho cómo iba a responder desde el punto de vista fisiológico, pero confiaba en que la medicación para el problema de tiroides sería suficiente para mantener un nivel de esfuerzo adecuado y en mi experiencia de maratoniana. Además, estaba segura de que iba a conseguirlo, aunque esto no lo supe con verdadera certeza hasta que no me metí en las oscuras aguas del Pacífico la noche del 22 de agosto.

La travesía empezó sobre las once y media de la noche el día 22 de agosto. Era una noche cerrada, sin luna, con un viento de 15 nudos de fuerza cuatro, o sea, olas con borreguillos ocasionales y brisa moderada. Travesía posible, pero que iba a requerir un esfuerzo adicional. Menos mal que la mitad la nadé por la noche y no podía ver el estado de la mar, aunque si veía cómo se balanceaba el barco en cada avituallamiento. Pensé que lo mejor era no pensarlo e ir a por todas fuera lo que fuera.

La noche se me pasó bastante deprisa. Confiaba en que a la llegada del amanecer, el mar se calmara un poco y saliera el sol. Pero, nada, ni lo uno, ni lo otro. Ni sol, ni mar en calma. ¡Qué le íbamos a hacer! ¡Era el día que me había tocado! Había oído historias de otros nadadores que han hecho esta travesía, y me contaban que era mucho más fácil que el Canal de la Mancha, que el mar estaba siempre en calma, que se veían peces de colores…Yo sólo sentí y vi medusas, noté algo que me golpeaba durante la noche (resultaron ser peces voladores que saltaban durante la noche y aterrizaban en varias partes de mi cuerpo) y durante las tres primeras horas las sardinas se encargaron de mordisquearme los dedos de los pies. Como no notaba dientes, pensé que no era ningún tiburón y no me preocupé demasiado. Además tuve que luchar contra la corriente y el oleaje durante toda la travesía. La única diferencia entre este Canal y el de la Mancha es que las corrientes suelen ser más fiables a la llegada y raras veces hay riesgo de quedarse corto porque las mareas te arrastren hacia el norte o el sur como ocurre en el Canal de la Mancha. La temperatura del agua es también más cálida, pero por lo demás es una travesía igual de dura o más.

Brazada a brazada se me pasó la noche volando (bueno nadando) y el día amaneció gris, nublado y con algo de niebla. Fue fácil calcular cuántas horas había nadado (normalmente en mis travesías del Canal de la Mancha suelo perder la noción del tiempo), pero como la medicación del tiroides me tocaba a las siete de la mañana, calculé que llevaba unas siete u ocho horas nadando. Ya había superado el tiempo de nado de un entrenamiento este verano, ya que en el apretado calendario de entreno sólo me había dado tiempo a hacer un nado continuo de seis horas. El día anterior uno de los pilotos me había preguntado que cuánto pensaba que me iba a llevar completar la travesía.

Yo le respondí que entre 12 y 14 horas, que menos de 12 sería un regalo y que si pasaba de 12 tendría que apretar los dientes. En un momento de la travesía le pregunté si mis cálculos eran acertados, pero me dio una respuesta vaga que no conseguí entender. Cuando los pilotos cambiaron volví a plantearle la misma pregunta a John Pittman, el patrón de la embarcación. Mi experiencia en otras travesías me decía qué era una mala idea, pero pensé que sería mejor hacer un cálculo y canalizar la energía que me quedaba. Pensaba que me quedaban dos horas. ¿Cuál es el tiempo estimado? Me atreví a preguntar. Cuatro horas y media, me respondió John con toda naturalidad. ¡Ay, madre! Y yo que pensaba que me quedaban dos. Con la bebida del avituallamiento, intenté tragarme también la información. Me pasé la siguiente media hora de nado hasta el avituallamiento siguiente procesando las noticias. Bueno, calma, no pasa nada, me dije a mi misma, total cuatro horas de nado te las haces sin tan siquiera pensarlo en un entrenamiento. Así que nada cada media hora y ve contando hacía atrás, me dije, y antes de que me diera cuenta me quedaban sólo dos horas. A la hora u hora y media comencé a vislumbrar la costa. No puedo ir más deprisa, le dije al equipo en un avituallamiento. Sigue con este ritmo y es tuyo, me decía Pat Frank en cada avituallamiento, lo tienes en el bote. Mantén el ritmo y la concentración, no te distraigas. Cada vez iba viendo más detalles de la costa, primero la costa, luego la costa y los edificios, en los edificios empecé a vislumbrar ventanas, puertas, gente en la playa, nadadores en el agua. ¡Nadadores en el agua! Entonces me di cuenta de que era el equipo de Mariel Hawley de México (quien nadaría esta misma travesía un día más tarde en 11 horas y 37 minutos) y mi amiga Nora Toledano, una gran nadadora y entrenadora de aguas abiertas. Empecé a distinguir voces y veía como me animaban con las manos a que siguiera nadando. Calculé que me quedaban unos cuatrocientos metros para llegar a la playa. Diez minutos de nado, eso es todo, sólo diez minutos. Pasé al lado de Mariel (y no me di cuenta de que era ella) y de otra chica y llegué a una playa bastante rocosa y con mucha marea. Ya casi tocaba el fondo y tuve que agarrarme a las piedras para poder levantarme. Vino una ola fuerte y me tiró contra las rocas, luego otra y esta vez me volteó de espaldas y me di un fuerte golpe en las lumbares, de pie otra vez y por fin, conseguí salir del agua avanzar hasta rocas secas y así validar la travesía. Salí del agua y me senté invadida por la emoción. Atrás quedaban otros canales no conseguidos, la operación del hombro, el problema de tiroides y muchas decepciones de los últimos dos o tres años. Hay que creer siempre en uno mismo y en los valores de la tenacidad, la superación y el esfuerzo. Me abracé emocionada a Nora. Me hubiera encantado que hubiera podido acompañarme en la travesía, pero su recibimiento fue increíble. Nunca antes me había recibido en una playa al final de una travesía, porque siempre las he acabado de noche y en playas desiertas. Menos la del 2006, pero esa es otra historia. Si la travesía se me hubiera hecho más larga, hubiera podido seguir nadando, porque en mi mente no había límites, tan sólo horizontes. En el momento adecuado, creí en mi misma y tuve la certeza de que podía conseguirlo.

Laura López Bonilla
Club de Natación Masters Madrid
Canal de Catalina, 14 horas y 31 minutos
23 de agosto de 2012